La película de la que hablaba Mark

Estoy escribiendo estas líneas justo después de haber terminado la película. Normalmente mido más lo que escribo y busco cierto rigor, pero esta vez necesitaba hacer una "impro" por el impacto brutal que me ha dejado Children of Men.

Hace tiempo que vengo leyendo a Mark Fisher. Su teoría del Realismo Capitalista y sus críticas culturales me parecen de lo más potente que ha surgido en filosofía y crítica cultural en las últimas décadas. Fisher nos dejó en 2017, y por eso es tan urgente reivindicar su obra.

Bueno, al lío, que si no me pongo a divagar y me dan las tres. Children of Men —película que Fisher usa en Realismo Capitalista como analogía perfecta para criticar la pérdida de originalidad y vanguardia en el arte— no habla solo de un mundo sin niños, sino de un mundo sin futuro. La premisa es simple: llevamos 18 años sin nacimientos. No explican el porqué, pero lo importante es lo que Cuarón refleja de nuestro presente.

En una de las primeras escenas, un coleccionista de arte atesora obras como mercancías en un mundo condenado. Theo, el protagonista, le espeta algo así como: "¿Para qué guardas esto si no quedará humanidad que lo admire?" (la cita no es exacta, pero capta la idea). La respuesta del coleccionista: "Prefiero no pensar en eso". ¿Te suena? Es la misma negación con la que vivimos: fingir que el capitalismo no ha convertido la innovación en puro reciclaje y a nosotros en consumidores pasivos. Como decía Fisher: "Una cultura que solo se preserva, no es cultura en absoluto".

Llevo meses dándole vueltas a esto. En esas conversaciones de borrachera con amigos, siempre surge la pregunta: ¿Cómo sería la vida si los avances tecnológicos nos liberaran para crear en vez de esclavizarnos en trabajos absurdos para enriquecer a unos pocos? Hay quien dice que esta lógica es "natural". A esos, con el corazón y el hígado, les digo: Vete a la mierda. Nada de esto es natural; es un sistema diseñado para perpetuar su propia miseria.

Volviendo a la película: el hilo conductor es una chica inmigrante embarazada en un Reino Unido gobernado por un régimen fascista que realiza limpieza étnica. El niño es un símbolo poderoso —los inmigrantes también son personas—. Hay que proteger a la madre no solo porque es el estandarte del grupo revolucionario (con su mensaje liberador y antiracista), sino porque, si el gobierno la captura, probablemente la mataría para apropiarse del bebé y usarlo como propaganda.

La ironía cruel aparece cuando el grupo revolucionario pretende hacer exactamente lo mismo: instrumentalizar ese nacimiento para sus fines. Tras escapar, la película sigue la estructura clásica de un road movie de acción, pero su verdadero valor está en los mensajes que va dejando.

Y luego está lo más bonito —esto ya es personal—: las relaciones humanas puras que emergen. Aunque en ciertos momentos prima la urgencia, nada es blanco o negro; hay matices. Los protagonistas pasan todo el film huyendo tanto de "los buenos" como de "los malos", en una atmósfera de tensión que solo Cuarón sabe crear.

Pero hay una escena clave. Durante el asedio del ejército, cuando la desesperación y el miedo alcanzan su clímax, Luke (el líder revolucionario que los persigue) dice entre balas: "Había olvidado cómo era ver algo tan hermoso", mirando al bebé. En ese instante, todo se detiene —soldados, rebeldes, civiles—. Por un segundo, el milagro de la vida paraliza la violencia... hasta que alguien grita "¡Sigue moviéndote!" y la masacre continúa. No pude evitar emocionarme: al final, todos somos humanos, y esa humanidad es mucho más grande que la mierda que nos intentan vender.

Me quedo con el mensaje que nos dejó Fisher: aunque todo esté jodido y el capitalismo haya ganado batallas, debemos seguir buscando alternativas. Como esa barca al final de la película —frágil pero persistente—, navegando en la niebla hacia algo que, quizás, valga la pena.

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