El nuevo fascismo no lleva botas, sino algoritmos

El Chaos Computer Club ha soltado un bombazo. Su último comunicado no solo denuncia los peligros de la digitalización sin control, sino que pone sobre la mesa un problema aún más grande: el avance del fascismo a través de la infraestructura digital. Y aquí no estamos hablando de una paranoia conspiranoica, sino de un análisis claro y fundamentado de cómo las herramientas tecnológicas están siendo utilizadas para restringir libertades, controlar poblaciones y consolidar el poder de las élites políticas y económicas. La propuesta del CCC para construir una "cortafuegos digital" es una respuesta directa a esta amenaza.


El problema no es nuevo, pero en los últimos años ha tomado una velocidad alarmante. Si miramos a Estados Unidos, el ascenso de figuras como Donald Trump y el auge de movimientos de extrema derecha han convertido la política digital en un campo de batalla. Desde la manipulación de redes sociales hasta la vigilancia masiva, las estrategias autoritarias han encontrado en la tecnología un aliado perfecto. La democracia, en teoría, se basa en la libre circulación de la información y en la capacidad de los ciudadanos de tomar decisiones informadas, pero ¿qué pasa cuando la información es controlada, manipulada y utilizada como arma política?

El CCC no está lanzando advertencias en el vacío. En su comunicado, apuntan directamente a los gobiernos europeos, especialmente a Alemania, por haber permitido que su infraestructura digital se convierta en una extensión de los intereses de seguridad de EE.UU. No es solo que las grandes empresas tecnológicas como Google, Amazon y Facebook recopilen nuestros datos, sino que estos datos terminan en manos de agencias como la NSA, que ya han demostrado en el pasado que su objetivo no es la seguridad de los ciudadanos, sino el control geopolítico.

Uno de los puntos clave del comunicado del CCC es la necesidad de prohibir la vigilancia biométrica en espacios públicos. Estados Unidos ha sido pionero en la implementación de estos sistemas, y lo ha hecho con el mismo discurso de siempre: "seguridad nacional". El problema es que estas tecnologías no se utilizan solo para rastrear a criminales, sino para monitorizar y reprimir movimientos de protesta. Desde las manifestaciones de Black Lives Matter hasta las huelgas sindicales, cualquier forma de disidencia puede ser detectada, registrada y, si es necesario, neutralizada. Alemania, siguiendo este ejemplo, ha comenzado a coquetear con estas prácticas, y eso es lo que el CCC está denunciando.

Otra de las grandes preocupaciones es la retención de datos sin justificación clara. Bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo, muchos gobiernos han aprobado leyes que permiten a las agencias de inteligencia almacenar datos de ciudadanos sin necesidad de que exista una sospecha concreta. En otras palabras, todos somos tratados como sospechosos en potencia. Esto, lejos de hacer que el mundo sea más seguro, solo refuerza la estructura de un Estado policial en el que la privacidad es sacrificada en nombre de un miedo artificialmente inflado.

El CCC exige que Alemania rompa con esta tendencia y establezca una política digital soberana que no dependa de los dictados de Washington. Porque el problema no es solo la vigilancia, sino la subordinación de la política digital europea a los intereses de EE.UU. No es casualidad que muchas de las leyes de seguridad digital en Europa sean copias de normativas estadounidenses, ni que las empresas tecnológicas europeas sean constantemente presionadas para colaborar con agencias de inteligencia extranjeras.

Pero el problema no es solo institucional. Hay una responsabilidad ciudadana que no podemos ignorar. La pasividad con la que hemos aceptado estos cambios es preocupante. Nos hemos acostumbrado a que nuestra información esté en la nube, a que las empresas sepan más sobre nosotros que nuestros propios amigos, a que la policía tenga acceso a bases de datos biométricas sin que nadie ponga objeciones. Si el CCC está exigiendo un cortafuegos digital, no es solo para que los gobiernos actúen, sino para que los ciudadanos despierten.

El avance del fascismo no siempre llega con botas y banderas. A veces llega en forma de una nueva política de datos, de un algoritmo que decide qué noticias ves o de una cámara en la calle que escanea tu cara sin que te des cuenta. Y si no hacemos nada para detenerlo, nos encontraremos en un mundo donde la democracia será solo una fachada y donde la libertad será un privilegio reservado para quienes se ajusten a los parámetros dictados por las máquinas de control.

El CCC no está exagerando. Está señalando algo que está ocurriendo ahora mismo. La pregunta es si vamos a seguir ignorándolo.

Y mientras tanto, el avance de esta distopía digital se está cocinando a fuego lento. Lo que ahora vemos como medidas excepcionales pueden convertirse en el estándar en unos pocos años. El problema con las políticas de vigilancia masiva es que nunca retroceden. Una vez que se instaura un mecanismo de control, rara vez desaparece. No hay mejor ejemplo que la Patriot Act en EE.UU., una ley supuestamente temporal tras el 11-S que sigue vigente en múltiples formas dos décadas después.

En Europa, la situación no es diferente. Se han aprobado medidas como el Chat Control, que permite la inspección de mensajes privados en nombre de la lucha contra el abuso infantil. Una causa noble en apariencia, pero que en la práctica establece un precedente peligroso para la vigilancia sin restricciones. Y si algo nos ha enseñado la historia es que, una vez que los gobiernos tienen una herramienta de control, siempre encuentran nuevas justificaciones para expandir su uso.

Si miramos a China, vemos el extremo de este modelo. Un sistema de crédito social, una red de cámaras con reconocimiento facial omnipresente y una censura digital total. Pero sería un error pensar que esto es solo un problema del "autoritarismo oriental". Occidente no está lejos de llegar a un modelo similar, solo que disfrazado de modernidad y seguridad. Nos dicen que no tenemos nada que temer si no hacemos nada malo, pero la pregunta real es: ¿quién define qué es "malo"?

El CCC plantea una lucha crucial: la defensa de una infraestructura digital libre de injerencias autoritarias. Esto no es solo un problema de privacidad, sino de democracia misma. Si no aseguramos el control ciudadano sobre la tecnología, la tecnología nos controlará a nosotros. Y cuando eso ocurra, será demasiado tarde para reaccionar. La historia nos ha demostrado que el fascismo se adapta a su tiempo. Hoy no lleva uniformes ni hace discursos grandilocuentes, hoy se esconde en el código fuente y en los servidores gubernamentales.

O despertamos, o aceptamos nuestra servidumbre digital.

------------------------------------------

Artículo CCC: 

https://www.ccc.de/en/updates/2025/ccc-fordert-digitale-brandmauer

Comentarios

Entradas populares de este blog

El Smartphone como Símbolo del Realismo Capitalista y Herramienta de Resistencia

Cuestión migratoria y discursos de odio: ¿Cómo podemos analizar el fenómeno desde un punto de vista materialista? (l)

Michel Clouscard y la Lucha Contra el Neo-Capitalismo